lunes, agosto 09, 2004

13. Pinche carta a una luchadora

Sra. Ludovika la Vikinga
Campeona de la Triple A, allá en el Distrito Federal.

Querida Ludovika: ¿te acordarás de mí? Soy el tijuanero que te llevó de la mano que te enseñó su cuaderno de apuntes que se perdió en tu colosal cuerpo de campeona mundial.

Entendería que no te acordaras. La vida muchas veces es pura presunción, algo que avasalla que cubre que bendice que te hace olvidar. Tal vez me olvidaste; pero yo he seguido muy de cerca tus apariciones en la televisión, la noticia de tus victorias y tus declaraciones en la prensa.

Yo no he podido olvidarte, lo confieso sin pena ni gloria, no como quien carga una cruz sino como quien tiene el bolsillo lleno de piedras. A veces es necesario tirar algunas para continuar el camino.

¿Quién diría que te ibas a convertir en un recuerdo, brisa, aire, neblina? ¿Quién lo diría cuando yo era un pendejito feliz de tenerte?

Hace unos días visité una exposición de instrumentos de tortura en un centro cultural y te imaginé usando esas herramientas para extraer mi corazón. Me dolió un poquito pero sólo un poquito, pinche Ludovika.

La primera vez que te besé —recuerdo—, me tomó un día completo para dejar de hacerlo. Y tú eras la esponja más tímida que yo había visto. Mujer enorme y frágil frente a un hombre pequeñito que requería manos y vida para completar la jornada.

Los viejos marinos así debieron trazar las primeras cartografías, recorriendo litorales, mirando estrellas, tomando notas. Calculé meridianos y paralelos, cuadriculé tu cuerpo echando a volar latitudes y longitudes. Prófugo de la amargura, me dediqué a cada cuadro con la desesperación del cobarde que sabe que lo va a perder todo tarde o temprano.

¿Te acuerdas?

Aprovecharé este día y esta carta para tirar la primera piedra y liberarme del peso. Total: tantas otras cosas he perdido que ya no sé cuánto es lo que tengo guardado en mi inventario de recuerdos. Ni siquiera pienso ahora tan seguido en ti. Para que veas cómo la memoria no termina ni comienza. Los candados sólo sirven para cerrar lo que podría abrirse y ni siquiera eso me queda, ya no hay en mi cerebro una puerta que lleve tu nombre. Pero tenía que decirte estas palabras; despues de todo, no soy uno de los rudos golpeadores que conoces sino uno de los técnicos perdedores, aún adolorido después del último combate.

No me avergüenza decirlo: he estado compartiendo con el mundo nuestra vida juntos, la publicó por entregas en un blog. Es la primera vez que escribo algo y no siempre me sale bien. Ni modo: será tu piedra en el bolsillo.

Me despido así nomás porque las cartas tienen que terminarse. Te deseo lo mejor bla bla bla, etcétera.

Atentamente: ya sabes.


* * *


En fin, la historia iba muy bien hasta que decidí escribirle esta carta a la luchadora de mi corazón. Perdón, meloso lector, por interrumpir la anécdota.

En Ludovika la Vikinga deposité mis ahorros y sólo me redituó la desgracia. Incluso, para bien o para mal, imaginé un futuro lleno de niños y una casa con volkswaguenes en la cochera. Hasta comencé a trabajar en el ayuntamiento por tal de obtener el bienestar económico que toda la podrida sociedad espera que tenga cualquier iluso que intente vivir feliz.

Snif, snif. Mejor ya no sigas leyendo: se va a poner muy triste.