lunes, mayo 24, 2004

1. Todo por servir comienza

Así comenzó para mí el amor: con lluvia y relámpagos, con vientos Santa Ana azotándome los brazos, con incendios, con temblores. Así comenzó un día mientras caminaba por la Calle Tercera, enfrente de la Dax. Fue un golpe traidor propinado por cualquiera de esos dioses traviesos que se divierten con nosotros, malditos. Yo era muy joven; no merecía entrar aún a los terrenos del amor. No era un niño, entiéndanme, pero sí un joven que hubiera preferido un buen juego de beisbol a la contemplación de las piernas deliciosas de una mujer. Y así habría estado mejor, la verdad, porque entiendo ahora que hay emociones que sólo sirven para perder el tiempo, para desgastar el horario y derretir los relojes.

El amor, la principal.

A partir de ese momento –Calle Tercera, frente a la Dax–, mi vida no ha sido la misma; se ha llenado de curvas peligrosas, puentes caídos y calles sin pavimentar. Debo confesar que me he volcado una vez tras otra y he chocado en numerosas ocasiones, con todas las consecuencias que se obtienen al no estar asegurado contra estos siniestros. Luego nadie quiere pagar el choque. Y no hay carroceros, ni siquiera frente al parque Guerrero, que enderecen un corazón maltrecho. (Los he buscado y ninguno me ha dado una solución digna, sin excesos de bondo ni martillazos en la lámina.)

A todos nos llega, supongo, incluso a los que tienen el-alma-dura-de-roer. El mejor de ellos sucumbe. Policías y narcos por igual, políticos y sacerdotes. Ni el más correoso (el que se tatúa el pene y mastica vidrio, el que camina sobre brasas y escupe de lado) se mantiene firme ante la troje, ante el voluptuoso contagiadero del amor. Una mirada los dobla, una palabra los tumba, un perfume, una chingada sonrisa puede hacer incontenibles estragos en el muro más denso. Y no hay quien, después, quiera reparar la ciudadela; luego uno anda adolorido, los músculos arden incluso al mejor atleta. Cualquier búsqueda de ayuda es inútil, no hay médicos ni asociaciones civiles que se encarguen de un pobre maltrecho por el amor. ¿Por qué la cardiología no lo contempla? ¿La doctora Aubanel? (La he buscado, créanme, y no me ha dado una solución digna, sin exceso de medicamentos ni martillazos en la cartera.)

De ahí la necesidad, meloso lector, de un espacio como éste, en un blog como éste, que logre, si no sanar las heridas, por lo menos compartir la soledad, la resaca, la cruda pasional que ni mil kilos de sal-de-uvas ni trescientos trozos de chilaquiles pueden remediar. Aquí se encontrarán ejemplos de amores varios, violentos y cursis, locuaces, eróticos, enfermizos y tijuaneros, para que sepa el que sufre, el que cada noche escucha a José Alfredo y se ahoga en las playas tortuosas del delirio amoroso, que hay otros como él, hermanos, carnales, compas corrompidos por el primer, el segundo, el enésimo amor.

¡Salud entonces y sálvese quien pueda!